La noche de los zancudos asesinos
Son casi las tres de la mañana y sueño con alguien a quien no puedo olvidar. Estoy ebrio y fumado por lo que debería dormirme en el acto, sin embargo hace demasiado calor y conforme pasan las horas voy quitándome la ropa. Al dar las tres de la mañana estoy empapado en sudor y en calzoncillos. Un solitario zancudo pasa cerca a mi oído, por lo que reacciono levantando los brazos y golpeando a la nada. Vuelve a suceder después de un rato. Ahora tengo los brazos rojos, llenos de picaduras, y me echo una loción humectante que tengo a la mano, aunque eso no disminuya en lo más mínimo la comezón. Son las tres de la mañana. Me pongo de pie, camino hasta el baño para orinar. Levanto la tapa del escusado y orino pesadamente. Cuando vuelvo a la cama tengo la sensación de alivio. Un zancudo aterriza en mi brazo cuando estoy echado sobre la cama y lo contemplo, inmóvil, mientras succiona mi sangre y la reemplaza por su veneno. Antes de que termine, choco la palma de mi mano contra él y lo aplasto. Sólo queda su cadáver y una pequeña mancha roja. Una vez que me he limpiado la sangre, me tapo con las sábanas y contemplo el cielo nocturno y las nubes que evitan que vea la luna. Algunos autos pasan a estas horas, pero la frecuencia es mínima. Pienso en esa persona que intento olvidar, como si fuera tan fácil pedirle que se vaya. Vete, por favor. Cuando me despierto tengo más comezón, y son las cinco de la mañana. Lucho en un mar de pensamientos inconscientes hasta lograr un grado de lucidez capaz de hacer algo contra los zancudos pero es inútil. Las picaduras de los zancudos pueden ser como pequeñas heridas sin curar, como un ataque de la naturaleza. En medio de la noche trato de atacar a los zancudos con lo que tenga a la mano. La caja de un disco, un vaso con agua, mi pijama. Resulta inútil. Los zancudos ya se habían ido como una empresa terrorista, traída hacia mí por el sabor de mi sangre y por la calidad de mis recuerdos. Mis pesares pueden haber atraído a los zancudos, pienso. Tal vez pensar en ella me hizo una presa fácil para los zancudos esta noche. A la mañana siguiente bajo a tomar desayuno, y me doy conque tengo ronchas por todo el cuerpo. Tal vez ni siquiera existan zancudos.
418 palabras
Son casi las tres de la mañana y sueño con alguien a quien no puedo olvidar. Estoy ebrio y fumado por lo que debería dormirme en el acto, sin embargo hace demasiado calor y conforme pasan las horas voy quitándome la ropa. Al dar las tres de la mañana estoy empapado en sudor y en calzoncillos. Un solitario zancudo pasa cerca a mi oído, por lo que reacciono levantando los brazos y golpeando a la nada. Vuelve a suceder después de un rato. Ahora tengo los brazos rojos, llenos de picaduras, y me echo una loción humectante que tengo a la mano, aunque eso no disminuya en lo más mínimo la comezón. Son las tres de la mañana. Me pongo de pie, camino hasta el baño para orinar. Levanto la tapa del escusado y orino pesadamente. Cuando vuelvo a la cama tengo la sensación de alivio. Un zancudo aterriza en mi brazo cuando estoy echado sobre la cama y lo contemplo, inmóvil, mientras succiona mi sangre y la reemplaza por su veneno. Antes de que termine, choco la palma de mi mano contra él y lo aplasto. Sólo queda su cadáver y una pequeña mancha roja. Una vez que me he limpiado la sangre, me tapo con las sábanas y contemplo el cielo nocturno y las nubes que evitan que vea la luna. Algunos autos pasan a estas horas, pero la frecuencia es mínima. Pienso en esa persona que intento olvidar, como si fuera tan fácil pedirle que se vaya. Vete, por favor. Cuando me despierto tengo más comezón, y son las cinco de la mañana. Lucho en un mar de pensamientos inconscientes hasta lograr un grado de lucidez capaz de hacer algo contra los zancudos pero es inútil. Las picaduras de los zancudos pueden ser como pequeñas heridas sin curar, como un ataque de la naturaleza. En medio de la noche trato de atacar a los zancudos con lo que tenga a la mano. La caja de un disco, un vaso con agua, mi pijama. Resulta inútil. Los zancudos ya se habían ido como una empresa terrorista, traída hacia mí por el sabor de mi sangre y por la calidad de mis recuerdos. Mis pesares pueden haber atraído a los zancudos, pienso. Tal vez pensar en ella me hizo una presa fácil para los zancudos esta noche. A la mañana siguiente bajo a tomar desayuno, y me doy conque tengo ronchas por todo el cuerpo. Tal vez ni siquiera existan zancudos.
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